25.11.14

Carta abierta a un granadero

Sé que no tendrás oportunidad de leer esta carta. O quizás, no tengas oportunidad de leer los mensajes que, en estos momentos, miles y miles de mexicanos quisiéramos decirte; mensajes que pueden ser molestos o infames, que pueden aludir a tu figura de autoridad o que incluso puedan ser insultantes, hasta agresivos. Pero la realidad de las cosas, es que todos estos mensajes pueden resumirse en uno solo. 

Granadero: te queremos. 

No lo digo con ironía, ni con sarcasmo o desde una perspectiva absurda. Lo digo, desde las entrañas mismas, desde aquel lugar que se apachurra en mi interior cuando te veo en las pantallas golpeando gente: Te queremos, porque formas parte de esto. Creemos que estás del lado incorrecto de esto, pero efectivamente formas parte de esto. Insisto en las itálicas, porque el entrecomillado tiende a descartar y, en cambio, las itálicas ayudan a distinguirlo como algo que aun no sabemos qué es, Y es que no sabemos qué es, ni tú ni yo ni nadie de los que adentro o afuera estamos involucrados. No sabemos si es revolución o simple revolcón, si muchedumbre desesperada o simple síntoma de algo que pronto se curará con algún aliciente o entretenimiento vano. Así somos los mexicanos, sí, pero así es este mundo también.  Al parecer... not for long. 

Quiero decirte algo, con lo que seguramente estarás de acuerdo conmigo: hay muchos granaderos como tú, en este mundo, allá en las calles, que golpean sin ton ni son, y desaparecen personas como si estas nunca hubieran existido. Granaderos sin palabra ni opinión, sin voz ni voto, dirigidos por una fuerza que ni siquiera tú comprendes ni te dan oportunidad de comprender. Te han desprovisto de sensatez, de sentido común, de sensibilidad humana. Eres una máquina destinada a ajustar la maquinaria a golpes y barricadas, para que vuelva, por la sinrazón o por la fuerza, a una suerte de estabilidad. Pero todos sabemos que cualquier maquinaria tiene un punto de quiebre. Un momento en el que su capacidad para operar llega a su límite. Hay un momento en el que la máquina se vence. Y es ahí donde nos encontramos tú y yo, despojados de nuestras respectivas máscaras, de nuestros respectivos uniformes, y si bien no terminaremos en unión fraternal, por lo menos nos daremos cuenta de la pesadilla en la que nos internaron. 

Falta tiempo para que eso suceda. Entretanto, quiero reiterarte lo que te señalo al principio: te queremos. 

En toda tu brutalidad te queremos. 
En toda tu insoslayable función golpeadora te queremos. 
En toda tu capacidad para ser dominado por la irreflexión y la falta de sentido común te queremos. 
En tu enchilamiento, en el manejo enloquecido de esa adrenalina que se apodera de tu cuerpo y te impide distinguir entre buenos y malos te queremos. 
En ese posible amor a la sangre, en esa posible furia desatada con la que aporreas al ciudadano campante que quiere celebrar su capacidad para cantar el himno inocente del cambio, te queremos. 
En esa maldad inexplicable que se adueña de tu cuerpo y de tus acciones te queremos. 
En ese teatro absurdo que ayudas a construir para beneficio de los poderosos te queremos. 
En esa injusticia perpetua en la que te conduces te queremos. 
En tu imponente capacidad para amedrentar y amenazar, en tu posición de torturador verbal y físico de personas mayormente indefensas te queremos. 
En tu mirada perdida te queremos. 
En tu silencio eterno te queremos. 
En tu conciencia atribulada por las directrices de tus superiores te queremos. 
En tu locura te queremos. 
En esa infancia en la que construiste un sueño futuro que seguramente no es el que vives en estos momentos te queremos. 
En esa caricia que alguna vez recibiste de un ser querido te queremos. 
En ese coraje que corre como sangre negra por todo tu cuerpo te queremos. 
En ese mundo donde realmente quisieras estar te queremos. 
En esas injusticias que has sufrido a lo largo de tu vida te queremos. 
En esa presión de compañeros que te incitan a la violencia te queremos. 
En esa droga fuerte que probablemente circula por tus venas cuando sales a la calle a aplastar al transeúnte manifestante te queremos. 

Te queremos. ¿Y sabes por qué te queremos? Porque eres uno de nosotros. Y también estás encabronado. 

10.11.14




No podrás soñar en esa casa 
(porque las casas son para soñar) 


No podrás soñar en esa casa 
edificio construido de aire, 
muros callados
columnas mudas
espejos vacíos
candelabros apagados 
camas sin usar
marcos sin pinturas
cocinas ausentes de aroma
estudios sin libros 
chimeneas frías
salas sin ecos de risas infantiles 
edredones hechos de humo
fotos familiares de gente inventada
recámaras donde no reverbera 
ni una sola palabra

No podrás amar en esa casa
porque no hay amor
sólo hay un espectáculo 
de sonrisas siniestras
falsas 
un amor que recorre, 
impávido,
por las alfombras rojas 
de una fantasía imperial 
procesiones orquestadas 
por demonios inexplicables
y que ocultan la más grande tristeza 
la tristeza de un país en ruinas
el telón rasgado de un teatro abandonado
y que presenta la barbarie 
oculta detrás de una pantalla televisiva 
no se puede amar en una casa
que no es hogar 
y que aloja
una historia falsa de amor

No construirás nada en esa casa
ni historia 
ni futuro
ni progreso
porque esa casa está hecha de espanto
está hecha de todos los fantasmas 
que recorren tus jardines
por debajo de la superficie

abajo

donde estamos todos los demás
y donde te recordamos 
que estás completamente sola.

3.11.14

(d)escribir el silencio
(r)escribir el tiempo
(des)escribir la ruina



Mirar bajo la puerta
Evento inaugural
Escritorio de procesos. Espacio independiente.
Mexicali, Baja California
1 de noviembre de 2014

  
I.

Antes de comenzar, un largo preámbulo:

Uno de los principales desarrollos cognitivos suscitados en nuestra era ha sido el desciframiento del montaje; primero cinematográfico, luego televisivo, posteriormente haciendo metástasis en distintos formatos, medios y soportes, incluyendo algunas propuestas del arte contemporáneo. Desde el momento que los seres humanos forjamos, nutrimos y nos entendemos por medio de sintaxis audiovisuales (somos la única especie que puede hacer semejantes lecturas de la realidad), el mundo se ha vuelto cada vez más complejo y más ceñido al mismo tiempo. Somos capaces de comprender el hilo conductor que une imágenes a veces disímiles, a veces inconsecuentes, a veces extendidas por tiempos indeterminados, a veces unidas irremediablemente, a veces conectadas a la memoria, la sensación, los afectos, los objetos, prendas y paisajes que significan para nosotros. Nos dejamos aterrorizar por un reloj que marca la hora fatal, y por el close up de unos ojos temblorosos que aguardan dicha fatalidad. Analizamos en milésimas de segundo los componentes de un cuadro, lo absorbemos y nos preparamos para el siguiente, y así como la persistencia retiniana no nos permite ver las “costuras” del filme, esta sofisticada habilidad sintáctica no nos permite detenernos en el cuadro como tal, sólo lo “dejamos ser” parte del hilo del relato. Lo hacemos adormilados, “hipnotizados”, diría Buñuel; pero lo aprendimos a hacer, y sobre la marcha hemos sido alfabetizados en un nuevo modo de comprender y de extraer significados.

Creo que es la parte emocionante de nuestras lecturas del mundo; irreflexivamente, quizá, o con un grado de fascinación que nos desprende de la realidad inmediata, somos sometidos a una serie de cuadros que nos relatan una historia. Estos montajes nos guían y nos manipulan, sí, y una habilidad cognitiva como la lectura de textos (occidentalmente la mejor herramienta para forjar pensamiento crítico) se vuelve cada vez más difícil, en la medida que nuestra concentración se difumina. Pero también nos transforman, y nos han llevado a imaginarios insospechados.

No hay nada nuevo detrás de esto, ha sucedido desde el primer momento que un editor decidió unir dos cuadros, cortando una parte y uniéndola a otra completamente distinta. Lo que me extraña de todo este proceso, que sigo considerando complejo, cognitivamente, es la facilidad con la que desdeñamos estos desciframientos cuando ocurren en el mundo físico.

Sobre todo, en el contexto de una exhibición de arte.

Esto es, ¿por qué no hemos podido trasladar la experiencia de descifrar imágenes montadas y proyectadas en una pantalla, a la experiencia de descifrar imágenes que podemos ver en el espacio tridimensional? Sobre todo en el contexto de nuestras capacidades para apreciar arte contemporáneo, creo yo que ya tenemos la sofisticación cognitiva suficiente como para lograrlo.

II.

Todo esto lo digo por lo siguiente: este sábado, 1 de noviembre, se inauguró un nuevo espacio independiente en Mexicali. “Escritorio de procesos” lo bautizaron sus creadores, una casa convertida en galería-espacio-multiusos situado en el Conjunto Urbano Esperanza –cercano a la Facultad de Ciencias Humanas—que al parecer mantendrá su composición orgánica (los muros de ladrillo sin cubrir, el espacio extendido en un terreno cubierto con guijarros, la iluminación tenue, la vibra íntima) así como la finalidad de crear proyectos de arte y de otra índole, entre los miembros de la comunidad artística así como del entorno inmediato. No hay nada nuevo en ello; en los últimos años, como lo he mencionado en otras ocasiones, los espacios independientes son los sitios donde verdaderamente se encuentra la vitalidad artística y cultural de esta ciudad, un ejercicio colectivo (aunque en ocasiones sus principales gestores se topan con pared y tienen que hacer mucho del trabajo en solitario, al margen de las instituciones y los amigos), y este espacio no es la excepción. Se hace en los entrañables entornos comunitarios de Mexicali (lejos de las plazas comerciales y los residenciales privados), y sus propuestas de exhibiciones son arriesgadas, desafiantes, para un sitio sin mercado de arte definido y con un público que se sigue sintiendo neófito, y que todavía se rasca el cuero cabelludo para tratar de comprender el significado de las obras, a no decir del sentido, el “¿para qué?” y el “¿por qué es esto arte”? de las mismas.

Hago hincapié en lo anterior para regresarme al principio.

Deben estar de acuerdo conmigo cuando digo que todos, prácticamente todos, tenemos la capacidad cognitiva de “entender” una película, por más compleja o abstracta (léase “aburrida”) que sea. Hemos desarrollado esa sofisticada herramienta de descodificación. Y sin embargo, seguimos oponiendo resistencias ante una propuesta de arte que no se “comporte” bajo las líneas tradicionales de la destreza plástica y ese animalejo extraño llamado “talento”. Si no es eso entonces no es arte, pero si me dicen que es arte, entonces ya no sé.

Yo creo que sí saben.

Sí lo saben, pero en este mundo, tan proclive a la irreflexión, a evadir el silencio y la ausencia, tan dispuesto a dejarse llevar por infinidad de distractores, es mejor pasar de lado estas propuestas y lanzar proclamas que pueden ir de la culpa (“es que esto no es para mí”) al insulto (“me quieren tomar el pelo”). Sí lo saben, porque desde que los pusieron enfrente de un televisor o de una pantalla de cine, han estado de acuerdo en suspender la incredulidad y aceptar que eso que vemos en la pantalla es “cierto”.

Hago estas asociaciones, porque el detalle que más rescato de la exhibición que puede usted encontrar en este espacio, no dista mucho de gozar de esos mensajes imbricados que encontramos en los montajes cinematográficos. Para disfrutar estas obras, es necesario suspender la incredulidad que le confieren a las obras y dejarlas ser, dejarlas formar parte de un mensaje mayor. Lo que hicieron los muchachos en esta exhibición es una muestra de sutileza y de restricción, de reducir los recursos al mínimo, y de desplegar una serie de claves en el interior y los alrededores de la casa, para devolvernos a ese estado meditativo, similar al silencio que experimentamos cuando vemos una película.

Cada obra, cada espacio donde habitan estas obras, es un cuadro de montaje; es sólo cuestión de que el espectador encuentre el hilo conductor de cada “cuadro” para derivar de ahí su horizonte de experiencia. No lo obtendrá de una perspectiva que obligue a este espacio y a estos artistas a crear una obra figurativa, enmarcada y clavada en la pared. Tiene que tener ser partícipe de la sutileza, ahí donde todo, de pronto, significa “algo”.

El portal de la entrada nos hace la muy cordial invitación. Nos habla de advertir lo inadvertido, lo inerte, la ruina callada, aquel reino que se acumula en la ranura debajo de la puerta, en el doblez de la tela, en el susurro, en aquello que se escapa a la vista y la conciencia. Es una invitación a guardar silencio, para poder rescribirlo, describirlo, descubrirlo.

Luego, entras al espacio y empiezas a absorber los detalles. Detalles mínimos, trágicamente simples, puedes pasarlos de lado –como muchas cosas pasamos de lado—si no detienes tu tiempo apresurado y, con la tranquilidad de tu mirada descodificadora, comienzas a ver los signos:

Al entrar, adviertes una pequeña pantalla que transmite el video de una mano tallando dos ladrillos. Casi surreal en su naturaleza, el sonido es incesante. Luego, ver cómo en el centro de ese cuarto hay una gotera, cómo la luz tenue deja ver esta gotera en medio de ese cuarto, el agua estancada en el suelo. No hay nada más que eso.

Luego, te das cuenta que el suelo que pisas está cubierto de polvo (¿es el polvo del ladrillo?, ¿es el polvo acumulado en este lugar?), y que el polvo del lado izquierdo tiene la consistencia de la ceniza. Unas manos, o unos pies, parecen haber sido arrastrados por ese suelo cubierto de cenizas. No dejas de escuchar el tallado de los ladrillos, un ronquido incesante, la experiencia casi onírica. Entras al último cuarto. Unos ojos proyectados en la pared de ladrillo. Una película muda, como el recuerdo. Los ojos no te ven a ti. Pero sí están viendo “algo”. Ese algo, son una serie de imágenes que duran una milésima de segundo en la pantalla. Como si no existieran. Los ojos parpadean, del parpadeo se escapa una imagen: ¿recuerdos de infancia?, ¿experiencias dolorosas?, ¿felices? No se sabe. Lo único que tenemos ante nosotros son un par de ojos. A veces, al parecer (pero no es muy seguro), a los ojos les salen lágrimas.

Sales de ese cuarto y adviertes algo que habías advertido antes pero que no le diste mucha importancia. Las ventanas de cada cuarto están formadas de muchos marquitos. Cada marco, está cubierto de polvo. La sensación general de toda la experiencia, es como si estuviéramos adentro de una casa por la que acaba de atravesar una tormenta de arena. Así se siente la conciencia.

Luego sales, y descubres que en el exterior reinan los sonidos incidentales, igual de tenues, igual de sutiles, de Polo Vega, aka Trillones, que con una serie de artefactos electrónicos, construye una serie de delgados edificios sonoros. A un lado de él, en la pared lateral, una ciudad arruinada, construida a base de ladrillos y pedacería de ladrillos. Contrastan con la tenue luz que emana del techo de la casa a unos metros de distancia. Hace frío. Es el primer día de frío en Mexicali.

Alguien nos advierte que hay una obra por fuera de la casa. Está en el pasillo izquierdo, en medio de la penumbra. Un foquito ilumina débilmente una foto pegada en la pared de ladrillo; una mujer y un niño, si mal no recuerdo (no importa, la memoria es vaga cuando lo que hace es descodificar montajes) y en el suelo, un pedazo de tronco, que tiene tallada una inscripción: 






III.

En un mundo abrumado por sonidos y furias que no significan nada, creo que es importante pero arriesgado optar por el silencio. O mejor dicho, por la quietud. Lo que hicieron estos muchachos en esta exhibición (no pude identificar las cédulas, sólo sé que fue obra de Porfirio Aceves, Edna Naela Ávalos Velázquez, Héctor Bazaca, Sandra González Parra, Enrique Martínez Gutiérrez, Mario V Romero, y sí, con la colaboración de Polo Vega) fue apostar por lo inadvertido como acto de subversión.


También puede llegarse a la conclusión de que hicieron una exhibición de “no-arte” o de “anti-arte”, que sólo pusieron cosas sin ton ni son. Desde mi punto de vista, esa es la irreflexividad hablando. Es la misma que desdeña las películas “difíciles” o “demasiado artísticas” por el simple hecho de que piden un poco de paciencia al espectador, para que descifre bien los códigos, para que logre leer el sentido oculto de las cosas. Las obras en esta exhibición deben verse como parte de un sutil montaje de experiencias; cada artista contribuyó con formas mínimas que en su conjunto, aluden a una estética que poetiza la ruina y redescubre el potencial que tiene el tiempo para hacernos meditar. Cierto, no son los mejores tiempos para ir en busca de estos silencios, pero creo que son necesarios, como preámbulo de lo que estamos a punto de gritar en todo el mundo: nuestro descontento.