Este rancho ya no es un rancho. Este es un rancho sin secretos. Llano y lego, un animal dócil pero fácilmente encabritado. Este ya no es un rancho porque los ranchos que fueron desiertos no pueden darse el lujo de sufrir posibles catástrofes ambientales. Los ranchos, son espacios llanos y legos, desde donde la mente puede desplazarse con simplicidad. Este es un rancho con tuberculosis, un rancho con gigantismos enanos, un rancho para ricos pobres y pobres que se pegan una chinga para bailar en las noches y pegarles a sus respectivos amores. Un rancho no tiene espectros viviendo en sus plazas, nunca han existido ranchos con zombies. Este es un rancho con rascacielos temerosos y con la imaginación ceñida a los límites de una pantalla. Este es el rancho desde el cual nuestros hijos toserán y beberán la sangre de sus propias tuberculosis. Los ranchos no viven vidas sórdidas, los ranchos tienen los gobernantes que no nos merecemos, este ya no es un rancho. Este es el escaparate, la tienda de campaña al servicio de inversiones que le otorgan más seguridad a la imaginación ranchera del que se conforma con las breves riquezas. Este es un rancho donde todos somos explotados y nadie quiere ver más allá de sus ombligos botados y llenos de algodón. Hay de ranchos a ranchos, y este rancho ya no tiene establos pero sí perímetros delimitados por la imaginación tuberculosa del que sufre sus miedos en silencio. Este es un rancho donde todavía pervive el asombro por las tecnologías y el miedo indescriptible hacia el otro, el diferente. Criptozoología de una clase media extendida a lo largo y a lo ancho de un rancho ancho y tuberculoso. Este rancho guarda una mentira y doce casas para los ricos más pobres en la ciudad de San Diego, California. Rancho sin vaqueros, vaqueros que gustan de nalgas de jovencitos y pompas fúnebres donde puedas compartir tus arrugas con los otros afligidos. Este es un rancho donde todos morimos poco a poquito de una tuberculosis de la imaginación. Despertamos por las mañanas para sentir manchas en los ojos, para respirar las sustancias tóxicas que esparcen las pobres riquezas de nuestro mundo. Rancho de cervezas y cuerpos dispersos, filas de obreros y filas en los bancos, filas en la Costco y filas a la espera de los cheques que nos otorgan las pobres riquezas que nos hacen un poquito más tuberculosamente felices. Este no es un rancho para la gente feliz, sin embargo, todos somos felices y olvidamos que ya no somos rancho pero lo somos. En este rancho la sofisticación se castiga y los ociosos usan chamarras de chaleco y piensan en la compañera a la que “le quieren llegar” en las fiestas decembrinas. Un rancho que incendia a la gente, un rancho que entierra a la gente, un rancho que ahoga a la gente, un rancho de gobernantes regordetes y de las sonrisas jamás negadas de los hijos de su chingada madre. En este rancho somos el desierto tuberculoso desposeído de lenguaje. Cuando gritamos nadie nos escucha, de modo que gritamos la lengua poseída. Nos gustan las palmadas en la espalda pero también las puñaladas, guardamos nuestros secretos en el oído izquierdo de Drag Queens que cantan canciones perdidas en el anonimato de los setenta, amplificadas por sonidos ochenteros en antros y bares de un centro tuberculoso. Este es un rancho sin senderos, un museo a cielo abierto para el que todavía imagina paraísos breves en medio de la catástrofe ambiental. Un rancho que no reconoce su cinismo ni su sordidez, baila perdido en la noche y no conoce más que el hartazgo y los sueños de ricos pobres. No sabemos la diferencia entre trabajo y catarsis, descreemos de la hipocresía y lo nuevo nos asusta sin darle oportunidad a que nos guste. Bailamos nuestros secretos y los dejamos escritos en notitas que guardamos en los bolsillos de chamarras de chaleco y que volvemos a descubrir el invierno que sigue. Nuestro rancho es el rancho del Siglo XXI, padecida de provincia orgullosa que todavía de espanta de la modernidad. Los restaurantes son carpas para las comilongas de jornaleros satisfechos por las labores de la temporada. Somos rancho de engorda y de reproducción, ranchos para escuelitas que cuidan los sueños futuros de imaginaciones limitadas por la bruma del desierto la realidad y el lenguaje. El otro está siempre y nunca presente en los ranchos desérticos, el otro es una tuberculosis que no puedes contener en tu pecho, el otro se escupe por los aires y el aire lo atrapa en su red de contaminantes. En este rancho no te sueñas detrás del televisor, pero sí le bailas a la Drag Queen que te dijo el secreto de sus amantes en el gobierno del estado tuberculoso. Este es un rancho que le gusta que le sirvan los platillos con redilas, que las bebidas estén escarchadas y que los niños jueguen con cohetes porque los cohetes son para los que no chillan. Nadie tiene permiso para chillar en este rancho. Porque el que chilla pierde, y perderlo significa renunciar a la pobre riqueza del rico pobre. En este rancho los árboles jamás pidieron permiso para respirar y seguir creciendo.
28.12.18
2.8.18
Tres tendencias para el
arte futuro
Ben Davis
e-Flux Journal #89 - Marzo 2018
e-Flux Journal #89 - Marzo 2018
Las siguientes predicciones provienen de un reporte creado en 2007
por el Future Arts Alliance, titulado “# Mind-Melting Facts About the Future of
Art”. Han resultado ser un clásico de la futurología del arte en las décadas
entremedio, a pesar de todas las dislocaciones ocasionadas por años de
conflicto civil y desplazamiento ecológico, mayormente debido a sus acertadas
suposiciones sobre estas fuerzas motivantes políticas y económicas.
El documento que aquí se reproduce está inalterado [salvo la
presente libre traducción al español], sin cambio alguno en sus dispersas
imprecisiones, exageraciones y terminologías ahora consideradas arcaicas.
Para mediados del siglo XXI, predecimos que se
volverá cada vez más claro que lo que solía llamarse “arte visual” se ha
dividido esencialmente en tres tendencias, dispares pero bien definidas.
Pare estos tiempos, la “estetización del capitalismo”
de la que hablaban los teóricos de medios y los sociólogos está completa. La
vida cultural ha migrado mayormente a distintas plataformas mediadas y
virtuales, todas estas controladas por corporaciones cuasi-monopólicas.
El mercado para nuevos y singulares objetos de
arte se desploma conforme las modas de la decoración de interiores favorecen el
ultra-minimalismo que les sirve mejor como muro de fondo para proyectar
distintas formas de realidad aumentada, elaboradas a partir de las especificaciones
del usuario.
Ejemplos de las antiguas artes bidimensionales
y tridimensionales, creadas bajo las tradiciones artesanales, son relegados a
clubes especializados en investigación histórica, más que a instituciones
dirigidas a públicos. El “Arte”, en el sentido Romántico de la expresión de la
individualidad heroica se vuelven anacrónicos, un objeto para ser apreciado del
mismo modo que las ruinas antiguas o los sitios históricos hoy en día.
Esto es, ese tipo de tradición artística es
considerada históricamente importante, con el pathos de representar la
forma-viva de una era de la cultura ya sustituida, pero sin una conexión con
las subsecuentes formas vernáculas de expresión creativa.
En la sociedad insoslayablemente “presentista”,
los museos se transforman. Las instituciones de arte mutan hasta convertirse en
los proveedores de atracciones de feria para adultos (el llamado “Big Fun
Art”), integrados en un mundo cada vez más fluido y móvil de un ocio basado en
la “experiencia”.
Prácticamente, esto significa hacer de lado
cuestionamientos sobre autoría, en favor de las exigencias de interactividad en
la esfera cultural de mediados del siglo XXI. Poco importará al público de una
futura sala de artes quién hizo algo o el simbolismo personal o social
involucrado, más allá de cómo compite por sus dólares o como atracción, y
gratifica un apetito por entretenimientos personalizables en-persona.
La más reciente proeza de instalación
maximalista realizada por un artista, se vuelve conceptualmente indistinta, a
los ojos del futuro consumidor cultural, desde un entorno pop-up completamente
auspiciado por una corporación para efectos publicitarios. Los artistas
exitosos individuales persisten, en este periodo, pero como las figuras
representativas de las empresas de eventos y experiencias, del mismo modo que
los diseñadores de moda persisten hoy en día como las figuras representativas
de los conglomerados de vestimenta.
En esencia, así como al advenimiento de la
fotografía en el siglo XIX desplazó gradualmente la base de la pintura como el
modo privilegiado de representar el mundo, el siglo XXI gradualmente disuelve
cualquier conexión entre algo distintivo llamado “arte” y la experiencia
placentera del esparcimiento, en general.
Esta es la Tendencia A.
Todas las otras tendencias de
lo que solían llamarse artes visuales o contemporáneas se definen a sí mismas
como contrarias a la Tendencia A, ya que esta última representa el mainstream
cultural, con fines de lucro, de un mundo capitalista, con fines de lucro.
Nosotros predecimos, sin
embargo, dos tendencias adicionales, aunque ambas son autodefinidas por su
estatus de minoría relativos a la Tendencia A.
Conforme la segregación
espacial se vuelve casi completa en la nación del siglo XXI, los ricos se
amurallan en zonas hiper-patrulladas. Los fastuosos espectáculos del Big Fun Art pueden proveer más que
suficiente entretenimiento, tanto para la diminuta clase dominante y su aledaña
clase sirviente. Pero no cumplen con el otro propósito restante del objeto
clásico de arte: simbolizar, a partir de su singularidad, el singular estatus
de la clase dominante por encima de la pirámide de la sociedad.
El artista contemporáneo
individual, por lo tanto, sobrevive, pero más bajo la modalidad de un coach de estilos de vida y fabricación
de mitos a la medida. Un pequeño número de artistas –muy pequeño, de hecho,
enseguida de los ejércitos industrializados que se emplean en los espectáculos
intricados de la Tendencia A—asumen un nuevo lugar, entretejido en la vida
privada de los peldaños más altos de la clase dominante, mayormente aislada.
Tener a tu artista personal se
convierte en un servicio, similar a tener un entrenador personal o un chef.
Sus servicios de elaboración de
significados funcionan como ungüento para la persistente duda personal en torno
a la forma fragmentada que ha asumido la sociedad. El antiguo objeto artesanal
de estatus incluso sigue vivo, junto con varias formad de meditación y prácticas
de “mindfulness”, como un pasatiempo curioso. En su preservación secreta entre
los acaudalados, el arte recuerda a los ultraricos sobre su singular
centralidad y humanidad en el mundo descentrado e inhumano que ellos han
asegurado para sí mismos, y, a través de sus códigos compartidos, proporcionan
la base de las redes de estatus para cimentar una identidad común para la clase
dominante.
La exclusividad misma se convierte en el medio. Ocasionalmente,
se filtran imágenes de esta red cultural clandestina, ya sea accidentalmente
para exponer sus excesos o intencionalmente como Relaciones Públicas, titilando
a través de la conciencia pública general. Pero sigue siendo principalmente la
propiedad simbólica de una clase ociosa impenetrable. Rituales secretos y
emblemas privados, inaccesibles para un público más amplio para poder reanimar
el sentido de destino personal para los privilegiados... los artistas de este
modo sobreviven.
Esta es la Tendencia B.
Todavía resta, finalmente, el
rol del artista más allá de los muros de las doradas ciudadelas de este nuevo
mundo, en los suburbios arruinados y desgraciados del mundo dividido, sometido
por la guerra civil, la disfunción social y el colapso ambiental. La misma
cuadrilla de artistas que se van por un lado, convirtiéndose en bufones y
sujetos pintorescos alquilados para los clubes privados y los bares
clandestinos de la Tendencia B, también pueden rechazar ese mundo, y encontrar
su destino en las inquietas zonas periferias del imperio.
El discurso cultural de
principios del siglo XXI ya había preparado el camino para esto, con tendencias
en boga de distintas formas de “Arte Políticamente Comprometido” (APC). Sin
embargo, con los ricos bajo un mandato sin oposición de las manivelas del poder
estatal, la base social del arte comprometido socialmente se erosiona. Los titanes
del futuro, simplemente no necesitan ser los mecenas, por medio de fondos
directos o indirectos, de un arte que pretende sanar las divisiones sociales –por
lo menos no por fuera de sus enclaves fuertemente protegidos.
Así, la última frontera de los
artistas es lo que se convierte irónicamente en algo llamado “Arte
Políticamente Descomprometido” (APD) –“descomprometido”, esto es, de la
pretensión por sanar las divisiones sociales. En cambio, el arte reconoce francamente estas
divisiones. El artista profesional tiene aquí un papel, como el Oficial
Cultural de las distintas organizaciones revolucionarias, organizando en el underground invisible de las provincias
olvidadas.
Para estas grandes porciones de
la población, descartadas como desechables en este periodo, surgen varias
formas de subcultura, así como varias formas de creencia mesiánica. La propaganda
de las ciudades proyecta el poder de la élite como aterradora e inexpugnable,
mientras que los brillantes espectáculos del entretenimiento ocioso cosmopolita
permanecen como un ideal, aunque sea inaccesible para las masas reducidas a la
subsistencia, con ningún ingreso desechable verdadero.
Los artistas se enfocan en la
tarea de construir los tótems de la cultura opositora que puede convocar a la
gente a acercarse más a sus respectivas facciones políticas, para proveer el
enfoque cultural que simbolice una verdadera disidencia social.
Es una cultura de contraseñas
cuidadosamente protegidas y conciertos subterráneos. Un espejo fantasmal de
espectáculos privados de privilegio al interior de la Tendencia B, la cultura
ingeniada por esta cuadrilla de artistas define una práctica por naturaleza
opuesta militarmente a la visibilidad, indivisible del mundo de guerrilla que
le dio nacimiento.
Para un público “mainstream”,
los signos de este arte salen a la superficie sólo en momentos de insurgencia,
cuando todo el mundo subterráneo de pompa ha fusionado bloques de posibles
revolucionarios en un movimiento con intereses comunes que se dispara hacia la
superficie, como lava.
Una vez que el levantamiento es
derrotado, las formas de arte del PDA, de aquí en adelante secretas, se hacen
disponibles para su cooptación por los respectivos mundos del arte del
espectáculo tradicionalista y del arte lujoso privado. Estos intentan cooptar
las formas de las prácticas artísticas underground,
sobre todo para darle un semblante de significado integral al orden árido de un
ámbito segregado, incorporando las formas culturales neutralizadas del Afuera
exóticamente oprimido.
Los artistas disidentes
individuales, vistos como más plegables que los verdaderos líderes políticos
disidentes, pueden volverse en mercancías de moda en este periodo, siendo
blanco de lujosas promesas de amnistía y beneficio personal si abandonan a sus
camaradas. Algunos caen junto con sus movimientos, brutalmente ejecutados por
mantener los principios fundacionales del arte opositor; otros se venden.
La cultura solo puede
reformarse nuevamente en secreto, en coalición con una cuadrilla fresca de los
oprimidos, manteniendo viva la memoria de las luchas por la justicia que fueron
quebrantadas. Los artistas comienzan a inventar de nueva cuenta, a pesar del
espectáculo implacable de la represión.
Esta es la Tendencia C.
Este
texto fue escrito para la exhibición “William Powhida: After the Contemporary”,
en el Aldrich Contemporary Art Museum.
©
2018 e-flux y el autor.
[Libre
traducción: Alejandro Espinoza]
3.5.18
Las
estructuras imposibles
[Estudio] Espacio
de Héctor Bázaca
I21.
Espacio de arte
local I21, Pasillo verde, Tianguis del
Caballito.
Hasta el 5 de mayo, 2018
Héctor Bázaca tiene la inusitada audacia de
convertir el ejercicio dibujístico en una apuesta por las utopías. No lo hace,
evidentemente, de una manera convencional, sino por medio de una aproximación
al campo del dibujo que, paradójicamente –y esta pieza es una paradoja—“desdibuja” los componentes representacionales del
dibujo, que se vuelven restrictivos, para vincularnos con esa otra esencia, que
emana de la vida del trazo abstracto, desprovisto de figura, y que le concierne
a la mente. Por otro lado, no es lo primero que piensas cuando te topas con esa
estructura “rara” e inexplicable en los pasillos de un tianguis. Sin embargo,
esa es una de sus dos misiones.
La segunda, es una invitación a imaginar
posibilidades: de relación con el espacio, de relación con los materiales, con
la condición orgánica de las formas, y sobre todo, con la insistencia
utilitaria que le queremos otorgar al objeto de arte. No hay utilidad aquí. Aquí
hay expansión.
Cuando visité la pieza hace cuatro semanas,
intenté jugar el torpe juego de recorrer los pasillos del Tianguis del
Caballito con mi iPhone en la mano, estilo “steady-cam” para que la cámara
capturara el encuentro inusitado con una estructura compuesta de madera y
montículos ordenados de carbón y cuyas formas conocía con antelación. En medio
de la algarabía de las bocinas de los locales y sus múltiples versiones de exactamente los mismos patrones rítmicos del
reggaeton, en medio de paredes tapizadas con camisetas, blusas, anuncios de
aparatos electrónicos, zapatos y demás parafernalia tianguera, el espectador se
encuentra con un edificio extraído de algo que quiere pero no puede sentirse
como pesadilla distópica. Independientemente de la naturaleza de los materiales
(barrotes de madera pura, seguramente pino, así como un conjunto aglomerado de
trozos de carbón para asador, apilados obsesivamente), cuya crudeza nos hace
percibir una especie de forma derruida, con lo que nos encontramos en realidad
es con una forma en proceso: el andamiaje de lo posible, siempre abstracto,
siempre incierto. Pero posible.
Existe una larga aunque poco conocida tradición
en el campo del arte, que consiste en la edificación de estructuras imposibles.
No obstante, desde las mismas edificaciones imaginarias que nos dan cuenta las
antiguas civilizaciones, la humanidad siempre ha pensado acceder a las
cualidades del espacio para erigir aquello que se presenta insistentemente en
su imaginación: Babel, la Torre Eiffel, la Torre de Pisa, Stone Hendge, a no
decir de la infinidad de edificios imaginarios provenientes de la literatura
sacra y fantástica. También podemos verlo en los primeros intentos de
arte-instalación, a inicios del siglo XX, con algunas piezas de Kurt
Schwitters, el trabajo de Frederick
Kiesler (1890-1965), quien desarrolló una idea muy original de escultura
ambiental, la cual estaba basada en su principio de la “casa interminable”, e
incluso las extrañísimas Torres de Watts en
Los Angeles. El impulso vital detrás de esta obsesión humana, además de
conquistar el espacio y dominar el entorno (que no es lo mismo que la
naturaleza totémica de la escultura), consiste en generar una presencia de lo
posible, de los “alcances” y “alturas” a los que puede llegar la empresa
humana. Si extraemos el impulso humano de construir su refugio y aposento
(Deleuze denomina a la arquitectura como la primera y más esencial de las
artes, precisamente por ese instinto de animal territorial de construir la
casa-cueva-madriguera-nido, y del que no podemos extraernos los seres humanos),
y si extraemos el impulso de dominio territorial que proviene de nuestra
naturaleza colonizadora (¿también animal e instintiva?), los seres humanos
construimos castillos en el aire, en la arena, en la tierra y en los lugares
inhóspitos como una forma de representar los límites de nuestra imaginación. Invita, pues, a ver posibilidades.
Es lamentable que el acercamiento superficial a
estas formas no incite a que el espectador vea dichas posibilidades, sobre todo
si insertamos ese calificativo incómodo llamado “arte”. Sobre todo, también, porque
las posibilidades visuales, perceptuales, estéticas e incluso ideológicas de
una pieza como la de Bázaca –sobre todo inserta como ejercicio de resistencia
ante las inercias de la producción artística actual en un entorno como el de
Mexicali, tradicionalista a pesar de sí misma—pueden ser infinitas. Pero como
toda obra de arte-instalación (peco en esta entrada de blog al incluir una
imagen de la pieza), es necesario respirarla en su interior para comprender corporalmente
su función y sus capacidades relacionales.
Primero que nada, porque insisto: se encuentra
al interior de un local de tianguis. Un ejercicio por demás acertado por parte
de Adrián Pereda, dueño y supervisor de las exhibiciones del espacio I21, la presencia de este andamiaje de
madera y carbón es de una imponencia enorme, aunque al mismo tiempo no invasiva,
respetuosa de las características de su entorno. Segundo, porque al ver la
forma, y al ver la pieza en su proceso, podemos dar cuenta de algo inusitado,
casi poético: el andamiaje sirve para suspender en el aire las piezas de
carbón, para revelar, por así decirlo, para poner en evidencia, las invisibles partículas
de carbono que componen nuestra atmósfera, representadas en un mineral que,
desde hace milenios, ha acompañado al ser humano como portador de energía.
Y la estructura imposible genera un cuadrado
inclinado de carbón que “flota” por encima del espectador que se coloca en el
centro. En ese mismo centro, de una manera un tanto ritualista y formal, una
suerte de altar, o de versión compactada, del edificio insólito. Dirigimos la
mirada al suelo y podemos percatarnos del cuidado con el que se genera una
mancha delineada del carbón, que desde su posición suspendida desprende
fragmentos que forman un cuadrado perfecto, paralelo al que se encuentra
arriba. Luego también, al fondo, en una pizarra, Bázaca nos presenta su
minucioso plan de juego, trazando y re-trazando distintas versiones de esta
forma que se suspende encima de ti. La estructura se vuelve imposible de fijar,
no porque sea endeble, sino porque no es
permanente. No obstante, esta condición es la que le otorga su inmanencia
como forma posible.
Con [Estudio] Espacio, Héctor Bázaca nos invita
a edificar lo imposible, como tentativa para comenzar a pensar en
posibilidades. Es justo lo que necesitamos en medio de la incertidumbre. Es por
ello que los invito a que la visiten, antes de que el edificio desaparezca.
24.4.18
Para volver al cuerpo.
Consideraciones sobre la danza contemporánea, a partir de dos
piezas de Miguel Mancillas y Co.
Los descalzos
Antares Danza Contemporánea
Fue Yo
La Manga Video y Danza
Soltemos el cuerpo.
No nos hagamos tontos. Todos entendemos la danza contemporánea. Al mismo
tiempo, nadie la entiende. No podemos entender aquello que atendemos desde la
ausencia de nuestros propios cuerpos. La danza contemporánea no debe
entenderse. Hay cosas en la vida que no deben, no hay necesidad de entenderlas.
No debe entenderse la danza contemporánea. La danza contemporánea debe
sentirse. A veces se siente, a veces no. Pero, ¿Qué es sentir? No qué
significa. Qué es eso que llamamos sentir. Cómo opera, cómo se diluye en los
vasos comunicantes de nuestra percepción para ser traducidos como sentimiento.
Odiamos la insuficiencia de la comprensión, nos volvemos tiranos de aquello que
nos decimos es la verdad. La danza contemporánea no se entiende, se siente y la
memoria devuelve los rastros de algo que te dejó fulminado. El sollozo de una
mujer. Atado su ser a una silla pero sin amarras. Sus ojos envueltos en
plástico. Dispara en tu mente imágenes de lo que no quieres ver pero ves todo
el tiempo. Te dices “no entiendo la danza”; luego caminas unos pasos y te descubres
tropezando con la realidad. Realidades de cuerpos ausentes. Cuerpos
criminalizados. El cuerpo mexicano es uno que siempre ríe y siempre se
desvanece. Cuerpo que deviene tragedia. La danza no se entiende, se siente.
¿Qué es lo que sientes? Las contracciones de un mundo feroz.
Entendemos más de
lo que queremos aceptar, particularmente eso que llamamos danza contemporánea.
No lo queremos aceptar porque detestamos la necesidad de que algunas cosas no
necesiten explicación. No permites que ocurra eso que ocurre cuando estás en
presencia de algo que tiene posibilidades de ser sublime. Ocurre algo
innombrable. Ocurre la torpeza de tu cuerpo. La manera tan torpe como has
decidido que tu cuerpo no se permita ciertos movimientos. Lo que ocurre en esa
breve temporalidad en escena es la manifestación de todo aquello que no te
permites. Al mismo tiempo, es la manifestación de todos los deseos y violencias
que confabula tu mente en relación con tu cuerpo. Con el cuerpo de los otros.
Porque no quieres a los otros, pero estás obsesionado con ellos. No te das
permiso de bailar descalzo, de usar falda, de golpearte el pecho, de envolverte
en el cuerpo del otro. Ni siquiera en el sexo, ya que el sexo dejó de ser vida
para convertirse en consumo. Consumimos los cuerpos y consumamos nada. El
orgasmo es la moneda de cambio de nuestro sueño pueril. No obstante, nos damos
al otro. Y cuando los cuerpos no desean ser dominados, llega la fuerza brutal
del cuerpo como otro que te ama hasta hacerte pedazos. Esto no lo quieres entender.
Prefieres perderte en el parsimonioso recorrer de las horas. ¿Cuándo fue la
última vez que estuviste descalza(o)?, ¿hace cuánto no abrazas a alguien?,
¿cuándo decidiste olvidar que la fuerza primordial de nuestra especie deriva de
su capacidad para envolverse en los cuerpos de los otros? Somos masa,
carne-multitud, y el arte es un monumento hecho de cuerpos que se desplazan
encabronados o fascinados por las fugas y colores y sonidos del territorio que
habitas.
En los escenarios
suceden cosas que luego dejan de suceder. Suceden luces amarillas, seis, ocho
bailarines en escena, el júbilo del virtuosismo derivado del cuerpo entrenado.
El cuerpo que aprendió palabras que no conocemos, que no queremos conocer. Cuerpos
que aprendieron a decir palabras que pueden iniciar en las uñas de sus dedos
meñiques, en el ceño fruncido, en las piernas abiertas, en las rodillas que
tropiezan con las contracciones de la realidad y se dejan caer. Hubo un tiempo
en que la danza significaba volar por los aires. Hoy en día la danza le grita a
los cuerpos que se arrojen al suelo, que pululen en el territorio, en busca de
afectos. En una de las piezas, jaulas llenas de papeles en los extremos del
escenario. Rostros que de pronto cantan, el cancionero mexicano interpretado
como la transfiguración de nuestra psique entendida como pesadilla y llanto. A
veces los cuerpos bailan juntos, al son del son. A veces se echan en cara el
odio, el desprecio, esa manera tan peculiar que tiene el mexicano de odiarse a
sí mismo mientras se celebra. En otra de las piezas, dos sillas blancas y un
cuadro blanco en el suelo. Proyecciones de video que presentan imágenes de algo
que sucedió en otro momento y que sucede en ese momento. Los cuerpos presentes
del público estuvieron en el escenario. Sentados como testigos ausentes de un
ritual desgarrador. Dos cuerpos se entrelazan perdidos en sus propias
obsesiones, el amor y el odio como monedas de cambio de aquello que nos quita
el sueño. La presencia más presente que nunca de la muerte. De pronto los
cuerpos en escena son los cuerpos que en otros espacios, en otros territorios,
sufrieron las contracciones del cuerpo que sufre, del cuerpo mancillado,
torturado, el cuerpo que no queremos imaginar pero luego lo imaginamos muerto
después de leer las noticias. Siempre he pensado que es una mentira nuestra
relación “peculiar” con la muerte. Es un exotismo inventado por la mente
colonizadora, que no entiende el enloquecido espectro de nuestra risa burlona y
al mismo tiempo maléfica. Pero no puedo negar nuestro desprecio, de otro modo,
no podría explicar el origen de ese odio que le tenemos al otro, especialmente
el otro que no somos el mexicano que pensamos que debemos ser. Tampoco puedo
negar nuestra obsesión por el drama. El cuerpo mexicano se entiende traicionero
de su propio devenir, y eso es algo que Miguel Mancillas entiende bien; o mejor
dicho, lo sintió de tal manera que permite trascender la idea de la traición de
los cuerpos mexicanos a través de la danza. Pero pueden ser otra clase de
fantasmagorías las que vemos en estas piezas de danza. Son danzas densas. Se
requiere atención y un pecho que permita que se sientan las contracciones de
los afectos que pululan en tu cuerpo cuando ves estos cuerpos moldearse a sí
mismos a imagen y semejanza de sus propias obsesiones. Siempre que veo danza,
siento una leve traición, una leve injusticia: no puedo atender a todo lo que
sucede en el escenario. Le sucede lo mismo a los demás, pero no es distracción,
es incapacidad de absorción. Sucede con cualquier dimensión y contexto de la
realidad, pero se siente particularmente intenso con la danza. Los cuerpos se
mueven en el escenario sin la plena conciencia de que aquello que les sucede
dejará de suceder en unos segundos. Contracciones, tobillos doblados, columnas encorvadas,
brazos que forman minuciosas líneas de fuga, cuerpos que se dejan llevar por
los vientos agresivos de la violencia sin fin. Me seduce la idea de que este
texto deje las suficientes heridas como para comprender que es imposible
regresar a la reseña, al análisis bienportadito de la experiencia crónica de
algo que solo entenderías si estuvieses ahí. Pero debo admitir estos
escenarios: el goce de la danza es inagotable cuando los bailarines ejecutan
con un rigor por la forma, porque en esos instantes sus cuerpos dejan de ser
suyos. O quizá, es el momento en que sus cuerpos les pertenecen por completo. Creo
que más que un abandono es la reincorporación al orden natural. No se trata de
un salvajismo sino de una génesis que es a la vez retorno. Todo lo que sucede
en un escenario jamás volverá a suceder.
3.4.18
Tiempo e
intemporalidad
en la música de Rubén Tamayo (aka Fax)
en la música de Rubén Tamayo (aka Fax)
Fax.
Silda EP
(Static
Discos)
Diahgonal
(Stasis Recordings. Solo Vinil)
Podemos
encontrar una cantidad de misterios alrededor del nombre de Silda. Nos refiere
tanto a una isla localizada en la municipalidad de Vågsøy en Noruega, en donde se
gestó una batalla entre el Reino Unido y el Reino de Dimamarca-Noruega durante
las guerras napoleónicas, cuya fortuna asume el recuento de los mitos; nos
refiere también a un personaje conocido como Silda la Inadvertida, una
vagabunda nórdica experta en robo de carteras y que aparece en un juego en línea
llamado The Elder Scrolls. También la
encontramos como una especie de mariposa nocturna. Silda es una palabra dulce pero misteriosa,
fría pero llena de secretos íntimos. Silda es una mujer y un lugar, un tiempo
que es el espejismo de todos los tiempos y ninguno. Es el nombre, la palabra,
la evocación perfecta para el último lanzamiento de Rubén Tamayo, alias Fax. A su
vez, se convierte en la sirena que nos desvía del camino que emprendemos al
momento de escuchar su segundo lanzamiento de la temporada, hecho bajo el
seudónimo de Diahgonal.
A
diferencia de las producciones anteriores de Fax, Silda abandona tanto la brillantez
como-de-paleta-plateada de Circles (2012)
y el juego de contrastes dramáticos instrumentales de Constellation (2015) apostando por una unidad que, desde el inicio
hasta el final de su breve trayectoria, nos coloca en una intemperie extendida
de meditaciones sonoras, concentrando las exploraciones con una mayor sutileza,
como un buque a la deriva, una isla despoblada, icebergs que flotan sin rumbo
definido, arrastrados por una marea que crece y crece hasta que el hielo se
funde con el mar. La sensación me remite a una frase del compositor Arvo Pärt,
cuando se refiere a las composiciones musicales como un devaneo entre el tiempo
y la intemporalidad. Música que se siente al mismo tiempo ancestral pero solo
posible en el presente, como una leyenda contada por viejos héroes de batalla
que se pasa de generación en generación, pero que en su relato vuelve a
sentirse su vibra épica en el ambiente. Los ritmos son más lejanos, las secuencias
más tenues, la presencia de instrumentación análoga más quirúrgicamente
vinculada a la tridimensionalidad sonora digital, estilísticamente una refinada
fusión entre las derivas del minimal techno, el ambient de la década de los
noventa y las aproximaciones formales del post rock, y que ha llegado a su
cúspide en lo que yo considero es una de las piezas más sublimes que haya
producido, la puerta de acceso al mundo de Silda,
titulada “Bandini”.
A su
vez, como un ejercicio de reinvención sutil pero no desbocado ni caprichoso ni
mucho menos bipolar (como sucede con otros artistas que se cambian de disfraces
musicales como si fueran modas de temporada –primero folk, luego hardcore punk,
luego electronica dócil para
elevadores de malls vacíos), Rubén Tamayo expande su paleta plateada con
Diahgonal, una propuesta que me devuelve un poco a la sensación policromática y
veraniega que me produjo Circles la
primera vez que lo escuché. Aun cuando podemos encontrar algunos vínculos con
la sobriedad formal de Silda, es en
Diahgonal donde Tamayo se desplaza más ligeramente por distintos registros
electrónicos, una suerte de “modelo para armar” que engendra puntos de fuga
hacia el ambient, el minimal, un IDM extirpado de los repetitivos (y en
ocasiones irritantes) beats que el género se robó del hip hop, para crear una
serie de pequeñas pinturas de orquestación impresionista, una propuesta menos
densa que Silda, con algunas
incursiones hacia la clase de elegancia dramática que encontramos en la música
electrónica de los ochenta.
A estas
alturas, Rubén Tamayo ya puede partir de sus propias referencias, de modo que tanto
este EP como Diahgonal pueden
escucharse como la integración de sus exploraciones con los códigos sensibles
de la música contemporánea, (desde sus orígenes a principios del siglo XX hasta
la infinidad de giros que ha tomado conforme música y tecnología se han
hermanado para redefinir el sentido del lenguaje sonoro) en torno a un “estilo”
que Fax ha moldeado hasta hacerlo propio y distintivo, a lo largo de una
trayectoria que lo identifica como uno de los estandartes de la música electrónica
en México (y el mundo).
6.3.18
No hay nada aquí donde no hay nada
Donde no haya nada no hay un aquí
Aquí es nada para siempre.
[Nota:
este texto en realidad es la reseña de un disco. Me disculpo de antemano por el
enorme circunloquio. Lo creo necesario, para ponernos en contexto]
En el
frágil pero insistente mundo de los imaginantes de esta ciudad desértica
llamada Mexicali, podemos ubicar dos clases de artistas y una confluencia, un
sobrevuelo entre ambos temperamentos. Por un lado, tienes a los artistas
callejeros, los que producen en la calle (aunque no necesariamente desde la calle), cuyas obras pictóricas
de distintas clases, estilos y propuestas estéticas han tapizado una parte
considerable de los principales espacios de la ciudad; desde las entradas a
residenciales hasta pequeños restaurantes y bares efímeros con las delicias y
brebajes de moda, desde edificios públicos e institucionales hasta los
merodeantes food trucks, la estampa
del artista callejero se establece como un tatuaje impreso de su imaginario e
idiosincrasia, los cuales provienen de muy diversas fuentes (graffitti-muralismo
mexicano-diseño gráfico-Juxtapoz-otros
artistas callejeros-injertos y mezclas extraídas de Pinterest) y ha producido a
todo un ejército de artistas. Camina dos cuadras y seguro te encontrarás con un
mural. Camina otras dos y, a la vuelta de la esquina, alguien más reclama otro
espacio para una recomposición visual distinta del entorno. Es parte del ritmo
sincopado de la vida en una realidad social precaria y de presente perpetuo, un
presente que siempre reclama renovación, cambio, borrón y cuenta nueva. El arte
se fue a la calle porque los otros lugares ya no prometen permanencia,
identidad, diálogo y sentido comunitario (a pesar de que muchos de estos
artistas –no todos, obviamente—se llevan del carajo entre ellos).
En medio
nos encontramos con la confluencia, artistas y creativos que intentan llevar el
sentido comunitario por medio de la rehabilitación de los espacios. En una
ciudad llena de puntos de fuga pero sin un epicentro claro, estos personajes
dirigen sus esfuerzos a reinventar las maneras como habitamos los lugares de
convivencia e interacción. Dado que las instituciones de cultura se encuentran
en un estado de perpetua inercia burocrática y sin una política cultural
sólida, que surja de las necesidades o de la imaginación de sus creadores, las
iniciativas de grupos e individuos (mayormente individuos que invitan a la
participación, pero terminan haciendo todo por su cuenta) han generado una
actividad artística y cultural encaminada a integrar las inquietudes y afanes
de un campo artístico prácticamente huérfano. En los márgenes, sin gurú, sin método,
sin liderazgos que tiendan al cacicazgo (cosa que sucedió en esta ciudad con la
generación anterior), estas personas mezclan enterpreneurship con ideales libertarios y de colectividad
política, así como con pequeños ejercicios de comercio que poco a poco le
otorgan vitalidad (aunque no mucha visibilidad) al ámbito cultural de Mexicali.
El apoyo institucional hacia ellos ahí se encuentra, pero esto es debido
mayormente a que vivimos una especie de endogamia entre instituciones de
cultura y creadores miembros de la sociedad civil, donde directivos, jefes de
área, coordinadores de departamento, tienen vínculos cercanos con algunos miembros
de estos grupos y, por lo tanto, brindan los apoyos que la institución, desde
sus raquíticos presupuestos (¡Gracias, Gobierno Federal!) les pueden otorgar.
Luego estamos
los científicos de laboratorio.
Por científico
me refiero a una suerte personaje retraído, recluso, lleno de locura noble y
genialidad contenida, así como al silencio enigmático de su quehacer, que brota
sorpresivo, a veces en un blog, a veces con series fotográficas arrojadas a
Tumblr, a veces con una serie de canciones via Bandcamp. Estas obras, estas
confecciones de la inventiva y el gusto refinado/confinado de su creador, son
el resultado del encierro, de cortos o extendidos periodos de hibernación
(aunque acá es al revés, ya que no nos protegemos del frío, sino que nos
recluimos para no morir a causa de las altas temperaturas), donde el creador
imagina las posibilidades a partir de los escasos o variados recursos a su
disposición. En esta reclusión, el artista inventa un mundo otro, una realidad aparte, para soportar
la ausencia, o la invisibilidad de la vida animada, para tolerar con vuelos
imaginativos los eternos colores sepia de nuestro entorno (esto, a pesar de los
coloridos murales).
Y por
laboratorio me refiero a nuestras recámaras, nuestras oficinas, a los diminutos
cuartos vacíos convertidos en estudios, en talleres –laboratorios, pues, para
la reinvención del mundo. Este mundo otro
puede ser idealista, revolucionario, utópico, o fantástico y evasivo. Un poemario
que rinde tributo y voz a la existencia del agua o de la vida guerrera de la
clase trabajadora, una recolección fotográfica de personajes encontrados en el
centro de la ciudad, cortometrajes que se los lleva el riachuelo de contenidos
audiovisuales en estado de movimiento perpetuo en las redes sociales, libros
electrónicos de ficción, de crónicas periodísticas, bitácoras de artistas
nómades. O en el caso particular que inspira este texto, un álbum de canciones.
Desde que
escuché el primer disco de Trillones (el nom
de guerre del músico, psicólogo y “agitador” cultural mexicalense Polo Vega),
titulado From the Trees to the Satellites, tuve en mi mente una frase que, según
yo, trataba de encapsular la sensibilidad de su música: bedroom pop for a nightmare world. Una gota de Kool Aid electrónico
para entintar la siempre-tambaleante escena musical local, Trillones poco a
poco ha establecido una trayectoria y un renombre a nivel nacional, su
presencia cada vez más frecuente en los circuitos de festivales mexicanos, así
como un dilettante de las fiestas
locales –en colaboración con Banda Mashups, entre otros—pero que con el paso de
los años ha forjado un catálogo de canciones producidas justo en ese silencio
meditativo que ofrece la vida del artista-laboratorista. No es el único músico inventor
de mundos otros en estas planicies,
pero por el momento hablaré de él. O mejor dicho, de su música.
Tal vez sí existe, su
álbum más reciente, es un disco producido por alguien que encarna, en cierta
forma, los tres ámbitos de acción de los artistas anteriormente descritos. Cierto:
Polo no es un artista callejero, pero su música sí es confeccionada como una
respuesta a las pulsiones de esta ciudad. Los ecos, las pausas, los espacios
muertos, los “no-lugares” con los que de repente nos topamos, pueden
localizarse en breves fragmentos a lo largo de todo el disco. Así también
voces, pronunciamientos, risas, aquello que escuchaste que dijo la señora vende
chicles, justo cuando cerraste la puerta del bar y zigzagueas rumbo al
siguiente, con los billetes suficientes en el bolsillo para la última –que nunca
es la última—caguama Indio de la noche. Bajo un manto rítmico que pasa del downbeat al two step y sitios circunvecinos, podemos encontrar la suerte de
vida pululante del espíritu mexicalense: franco, tierno, salvaje, cumbianchero,
pedo y enamoradizo, rudo pero feliz, intenso, neurótico y sórdido, una
identidad forjada por el estrés laboral y la necesidad imperiosa de explotar y
gritar hasta obliterar los sentidos.
Sin
embargo, debemos regresar a esa figura solitaria, reclusa, que inventa estos
paisajes sonoros para mover el bote en la comodidad de un espacio íntimo. El mismo
nombre de su proyecto alude a una posibilidad: Trillones. Una cifra de la
infancia, que quiere medir lo incalculable, pero que, quizás, sólo puede
imaginarse, recrearse, en el fuero interno de un creador en solitario. En este
sentido, Polo Vega también forma parte de estos científicos de laboratorio en
el desierto que, en su proclama individual por inventar una realidad mágica en escenarios
vacíos de climas inhóspitos, de calles intransitables y atmósferas densas y
alergénicas, imagina a esta ciudad como una metrópoli, con una vida nocturna
que colinda entre el éxtasis y la tragedia, una convivencia idílica de
madrugada en donde la piel de los cuerpos humanos asumen otras tonalidades,
después de ser bañadas por distintas intensidades de luz neón, donde la frase
del compa asciende a niveles de universalismo filosófico, donde los besos se olvidan
al día siguiente, sólo para volver la siguiente vez que te topas con los mismos
labios, en otra fiesta.
El disco
viene alimentado, no obstante, de una perspectiva más amplia, derivada de sus
experiencias musicales en otras latitudes, otras escenas, de nivel nacional e
internacional, a no decir de una compulsión omnívora por escuchar música de los
estilos más diversos, todo lo cual le han otorgado un oído cada vez más
refinado, cada vez más astuto a la hora de estructurar las dinámicas de sus
composiciones. Es su trabajo más meditado y a la vez el más oscuro, abandonando
un poco el carácter lúdico de su trabajo anterior, El tiempo es circular, para inclinarse hacia atmósferas más densas,
más profundas, más vinculadas a la complejidad asfixiante de nuestros tiempos.
La música
de estos creadores quizá no genere una especie de identidad a la usanza de los
tijuanenses, por citar el ejemplo más obvio; sin embargo, traza raíces más
profundas en su relación con el entorno. Desde el sitio enclaustrado donde
erige los edificios que constituyen la forma de estas canciones, Polo inventa
una nueva manera de entender el pulso de esta ciudad. O quizá no sea una
invención, sino una insistencia por parte de Polo, por parte de Trillones:
debemos reconocer que ya no vivimos en el vacío ni en la ausencia. Aquí ya pasa
de todo.
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